Los templarios llegaron mucho antes que Colón Por Dr Antonio Las Heras 

                Los templarios llegaron mucho antes que Colón

Por Dr Antonio Las Heras 



La idea de que la Orden del Temple visitaba América unos tres siglos antes de que llegara Cristóbal Colón no es nueva. Empero, hasta el presente se carecía de pruebas como las que se presentarán a continuación. Es que, con pruebas documentales, desde estas líneas se puede sostener que miembros de dicha Orden llegaban con regularidad a lo que en la actualidad es el noroeste de la Argentina, con el objeto de extraer plata, uno de los minerales más preciados de entonces, y eso sucedía siglos antes de que el navegante genovés al servicio de los reyes de España “descubriera” el continente.

Bases sólidas

En menos de 300 años, los Templarios movieron, en Europa, más piedras que los egipcios para construir las tres grandes pirámides de Gizzeh. La construcción de fuertes, catedrales, avenidas, rutas y palacios requirió un importante financiamiento. Y la Orden del Temple pagó siempre en tiempo y forma.

Pero no sólo eso, también hizo las veces de prestamista. Para 1307, cuando Felipe IV, el Hermoso, dispuso el arresto de todos los miembros de la orden que se encontraban en suelo francés, los Templarios eran acreedores de casi todas las coronas europeas. La gran pregunta que muchos historiadores se han hecho se repite: “¿De dónde obtenían aquel pre ciado metal que era la plata, más valioso que el oro por aquellos tiempos, para pagar sus cuentas?”. Sucedía que, por aquellos años, la plata como metal precioso prácticamente no había en territorio europeo, salvo lo que producían unas pobres minas en Alemania.

Asimismo, está claro que los Templarios nunca alteraron la pureza de la aleación de sus monedas, cosa que sí solían hacer los monarcas, en verdad urgidos por la falta de fondos, todo hace pensar que los Templarios explotaban minas de plata situadas en algún lugar desconocido.

Además, y para aumentar el enigma, las monedas que acuñaron llevaban un sello: “Secretum Templi” así como el otro sello “Sigilum Templi”. ¿Cuál fue ese secreto o esa información sobre la cual había que ser sigiloso? Algunos investigadores coinciden en que se trató del lugar de donde extraían la plata.

Los petroglifos hallados en Laguna Colorada

 Las investigaciones

Para quien estas líneas escribe, así como para otros investigadores, el gran secreto de los Templarios fue que tuvieron perfecto conocimiento de la existencia del continente americano.

Y que era allí donde extraían plata e, inclusive, habrían construido suficientes refugios para, en caso de necesidad, encontrar asilo. De considerarse que, perseguidos por Felipe IV, la flota templaria completa, que estaba conformada por 17 embarcaciones, se hizo a la mar desde el puerto de La Rochelle, ubicado en el Océano Atlántico y que el Temple mantenía fortificado, con rumbo desconocido y que, hasta el presente, es un misterio hacia dónde fueron aquellos barcos.

El antropólogo Jacques de Mahieu, ya fallecido, que vivió en la Argentina y fue profesor en la Universidad de Buenos Aires, no sólo publicó artículos referidos a la presencia templaria en América del Sur, sino que realizó varias expediciones a Brasil y Paraguay, en donde halló testimonios arqueológicos de esas presencias.

De Mahieu estaba convencido de que los templarios partían hacia Sudamérica desde el citado puerto francés, surcaban el Atlántico para arribar a las costas del actual Brasil. Allí luego iniciaban un recorrido por el continente para llegar a las minas de plata en lo que en la actualidad es Bolivia.

En esas búsquedas De Mahieu llegó a encontrar, en territorio paraguayo, moldes para la fundición de lingotes de plata. A su vez, en el simposio celebrado en Soria, Castilla la Vieja, España, en 1992 el Gran Prior General de la Orden Soberana y Militar del Temple de Jerusalén de entonces, Fernando del Toro Garland, afirmó que existían pruebas documentales de viajes templarios hacia América

 muy anteriores al descubrimiento de Colón. Como ha sido señalado en el libro “La Trama Colón”, que escribió quien estas líneas redacta (Ediciones Nowtilus, Madrid), está determinado que Colón consultó los archivos náuticos templarios que había en la Orden de Calatrava, con el fin de reunir argumentos para convencer a Isabel la Católica de que financiara su viaje.

A la vez, la cruz que lucían las velas de sus tres embarcaciones era la templaria. Al igual que las de los navegantes portugueses. Todas son reminiscencias del origen templario de tales conocimientos náuticos. Asimismo, se nos ha sido concedido comprobar documentalmente la presencia Templaria en la América Precolombina a través de los grabados que los miembros del Temple dejaron, tal como era su forma de proceder, mientras pasaban por estas tierras.

Laguna Colorada

El hallazgo obligó a nuestro equipo de investigación a dirigirse en septiembre de 2016, unos 10 kilómetros al este de La Quiaca, Jujuy, a 3.500 metros sobre el nivel del mar y a poco de la frontera limítrofe con Bolivia. Allí se encuentra una inhóspita y totalmente despoblada región llamada Laguna Colorada, situada al pie de la cadena de cerros conocida como Los Ocho Hermanos.

El nombre surge de la coloración que toman las aguas, tanto del deshielo como de lluvias, cuando entran en contacto con el suelo, conformado principalmente por tierras rojas y fina arena amarilla. Hace decenas de millones de años esto era el fondo de un océano que desapareció al momento de emerger la Cordillera de los Andes. De aquellos tiempos han quedado, y se suelen hallar aunque con cierta dificultad, fósiles de peces en las laderas de las montañas que, debido a los persistentes vientos y la aridez, exhiben gran desgaste.

Hay que señalar que Laguna Colorada nunca fue un sitio para vivir ni de tránsito para los pueblos originarios, sino un lugar al que se visitaba exclusivamente para actividades espirituales esotéricas.

También es el registro de la memoria de lo ocurrido con este pueblo, dado que los petroglifos (grabados hechos en la piedra) reseñan su historia. Prácticamente todas las paredes rocosas fueron objeto de este despliegue artístico. Mas, por tratarse de una piedra de escasa dureza, las inclemencias climáticas han hecho desaparecer muchas estando la gran mayoría en proceso de tal deterioro que –a nuestro juicio– habrán de desaparecen en pocos años más.

Las variadas escenas están talladas con la técnica de picado y raspado. El descubrimiento de este verdadero yacimiento a cielo abierto es reciente, puesto que no fue sino hasta 1961 cuando se tuvo conocimiento de su existencia.

Ver lo que se ve

En los petroglifos predominan grabados de camélidos, aves y figuras humanas en distintas actitudes. Las figuras más importantes hacen referencia a la posible observación de un cometa, los amautas (chamanes) con sus cabezas que emiten rayos y el bastón de mando en una mano, variadas figuras de cóndores así como de guerreros.

Los especialistas concuerdan en que los petroglifos más antiguos datan del Siglo VI, como mínimo. Distintas lozas, algunas situadas a varios kilómetros unas de otras, incluso sobre los límites mismos de la laguna, hasta alejadas en las partes más altas de las paredes montañosas, exhiben, cada una, figuras con características especiales. Así, se pueden ver serpientes (aisladas con poca erosión por estar protegidas por aleros naturales) hasta las que sólo muestran camélidos.

Unas pocas tienen características muy particulares. Para los historiadores se trata de petroglifos grabados a partir de la conquista. Aunque, en verdad, es muy difícil admitir tal cosa. Existe una gran roca, casi pegada al perímetro de la laguna mayor, donde aparecen números, letras y símbolos exclusivamente.

Está en un lugar tan protegido que el acceso sólo se hace posible cuando la laguna está seca. A unos 1.000 metros de allí y en un sector sin protección se encuentra algo sorprendente: según los historiadores oficiales se trata de figuras de españoles a caballo. Sin embargo, estudiosos de los pueblos originarios, de acuerdo a sus metodologías, sitúan el origen de las escenas hacia el año 1.200.

Precisamente los años en que, quien estas líneas escribe, piensa que la Orden del Temple enviaba a sus miembros a esta parte del mundo para extraer plata, ese metal que era por entonces más valioso que el oro.

Téngase en cuenta que, además de las famosas minas de plata de Potosí, no muy lejos de la laguna investigada, a sólo unos pocos kilómetros al oeste, aún hoy existen minas de plata en actividad.

Similitudes determinantes

Las fotos de los petroglifos hablan por sí solas. Se trata de figuras de una calidad artística que difiere por entero de las demás. Los caballos exhiben una plasticidad inédita y las figuras humanas que los cabalgan, con yelmos y lanzas con estandartes, se asemejan demasiado a los caballeros Templarios.

Pero hay más, dado que alejado del perímetro lacustre, hacia lo alto, hay un conjunto de estas rocas de arenisca en las que se observan cruces cristianas y otras que, con toda certeza, son las que lucían los hombres del Temple. Allí mismo aparecen también algunos símbolos alquímicos.

Estos petroglifos que constituyen un conjunto específico en algunos casos están sobrepuestos a otras figuras, típicas expresiones de los pueblos originarios. En el caso de las dos cruces templarias que se han hallado en este sector llaman la atención no sólo por su gran tamaño sino por estar excavadas con más profundidad en la roca.

Otras coincidencias

Aunque se trate de las únicas pruebas que se encontraron en aquel recorrido, se sabe fehacientemente que hay más. En un viaje anterior a la misma zona, un guía le entregó a este investigador una foto de una cruz un tanto más angosta, aunque de iguales características, que no es ninguna de las dos halladas en esta última ocasión. Aquella vez el hombre expresó que no podía ir hasta el lugar donde se encontraba esculpida debido a que estaba demasiado lejos. Aunque, al parecer, resultó obvio que no quería revelar el lugar.

Además, esparcidos entre los conjuntos de petroglifos aparecen otros signos de neta factura templaria; entre los símbolos alquímicos, el signo astrológico y alquímico de la tierra: círculo sobremontado por una cruz latina; letras y figuras geométricas similares a algunos de los graffitis que aún hoy pueden verse en castillos europeos construidos por la Orden del Temple como, por ejemplo, el de Kenliworth; marcas y señales características.

Conclusiones

Téngase en cuenta que los templarios pagaron siempre con plata amonedada genuina, siendo un enigma de dónde obtenían el metal, dado que, como ya se refiere antes, Europa carece casi por completo de dicho metal, salvo algunas escasas minas alemanas. Si a eso se le suma el puerto fortificado que la Orden mantenía en La Rochelle sobre el Atlántico, de ninguna valía para la defensa de Medio Oriente, debería pensarse que lo utilizaban como salida directa hacia las costas del actual Brasil, pasando por lo que hoy es Paraguay hasta llegar al norte de la Argentina y sur de Bolivia.

Lugares donde, en primer término, esclavizaban a los originarios (uno de los conjuntos en Laguna Colorada muestra a los hombres de las cabalgaduras matándolos), para utilizarlos como mineros y luego de extraer el mineral, lo transportaban hacia Europa. El antropólogo Jacques de Mahieu expuso esta posibilidad en los años 70 del siglo pasado, documentándolo con elementos arqueológicos que obtuvo en territorio paraguayo. Lo que ratifica aquellas presencias en el continente americano.

Cómo lucían los caballeros, y su semejanza con los petroglifos 

El estandarte del Temple, que portaba un abanderado en las batallas, consistía en dos franjas horizontales: negra y más estrecha la de arriba; blanca, la inferior. Se denominaba Beaussant o "la bella enseña". En estos petroglifos aparecen con claridad.

El armamento habitual portado por los Templarios en Tierra Santa, a lo largo de los siglos XII y XIII, consistía en: Yelmo o casco cilíndrico de hierro, con visor rectangular estrecho. Es, por ende, razonable que las figuras en cabalgadura talladas por estos pueblos originarios exhiban algo destacado sobre el cráneo. Aquellos caballeros también lucían, a modo de protección una cota de malla en forma de caperuza. Se fabricaba sobre cuero, donde se insertaban anillas o placas metálicas. Recubría el cuello, los hombros, el torso y la espalda, e incluso una falda corta para proteger los muslos.

También lucían calzas y se prolongaban en las perneras de hierro, una túnica de tela blanca. Recubría todo el conjunto para aliviar el calor. Sobre ella flotaba la capa blanca con la cruz roja al pecho. Escudo, de forma elíptica con apunte triangular. Se construía con planchas de madera recubiertas de hierro y se acoplaba al brazo izquierdo. Lanza larga, de hasta 4 metros, en madera con astil de hierro bien afilado. Espada de doble filo y longitud variable. Maza turca de plomo y bronce con aristas cortantes. Machete ancho de un solo filo.

También se les entregaban tres tipos diferentes de cuchillos, una gualdrapa o manta para cubrir su caballo, un caldero, un cuenco para medir la cebada y seis alforjas. El conjunto superaba ampliamente los 40 kilos y requería un vigor extraordinario para soportarlo y manejarlo con soltura. El caballo también iba acorazado y protegido.

 

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